Cosmopolita y tradicional, así es el lugar donde nació El Rastro
Lleva por nombre el de una pequeña población cubana cercana a Puerto Príncipe, pero no siempre fue así. A lo largo de su historia en la ciudad, la actual plaza de Cascorro fue el emplazamiento original de los mataderos de la zona, ha sido testigo del bullicio de la vida comercial madrileña e, incluso, lleva inscrito el recuerdo de una guerra.En su devenir histórico, esta céntrica plaza madrileña ha terminado acogiendo uno de los mayores atractivos de la ciudad: El Rastro. Concretamente, ubicada en el barrio de La Latina, de ella nacen nueve calles: la de los Estudios, Duque de Alba, Juanelo, Embajadores, Maldonadas, San Millán, de la Ruda, Amazonas y la Ribera de Curtidores.
Honores de guerra
A lo largo de su existencia han sido muchos los nombres que han denominado este lugar. Durante la Edad Media tomó el nombre de plazuela del Duque de Alba, aunque popularmente era conocida como la Plaza del Rastro, precisamente por el ‘rastro’ que dejaba tras de sí la actividad de los mataderos de la zona.
En 1897, tras la guerra entre Estados Unidos y Cuba que contó con la ayuda de España, Alfonso XIII mandó coronar la plaza con una estatua de Eloy Gonzalo, un soldado madrileño recordado por hacer frente a la insurrección cubana que tuvo lugar en un pequeño pueblo de Cuba llamado Cascorro.
Y es que, aunque en 1913 tomase el nombre por acuerdo municipal de plaza de Nicolás Salmerón, en honor al ex presidente de la Primera República Española, el pueblo madrileño ya la conocía comúnmente como la plaza de Cascorro. Este último sería reconocido oficialmente en 1941.
Cascorro, punto de partida del Rastro
Su posición estratégica, muy cercana al Mercado de La Cebada, y la actividad que generaban sus mataderos hicieron posible que aflorase en ella gran actividad comercial a pasos agigantados. Comenzaron a agruparse comercios en las aceras y a surgir vendedores ambulantes y, lo que antes era un goteo puntual de gentes, se popularizó como un ritual diario.
Con el tiempo, lo que había sido un mercado de barrio se extendió por sus calles aledañas y ofrecía desde comida hasta ropa y utensilios usados. Desde luego, una oferta que no nos resulta ajena. Esta actividad se popularizó y fue creciendo más y más con el tiempo, atrayendo a propios y a extraños hasta hacer de ello una tradición: los domingos de El Rastro.
De esta forma, tras muchas idas y venidas, los años han convertido la plaza del Cascorro en el corazón del cosmopolitismo y de la diversidad, un lugar donde convive modernidad y tradición.
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