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Las zapaterías en la crisis del coronavirus: «Nos planteamos cerrar hasta septiembre»

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Pablo Sánchez, encargado de las zapaterías Kosakos, cuenta cómo ha afectado la crisis del coronavirus a su sector

La fase 0 de la desescalada continúa en Madrid con algunas medidas de alivio adicionales, como es la reapertura de los comercios minoristas sin necesidad de cita previa. Así, sectores como las zapaterías podrían verse beneficiadas por esa flexibilización, pero no es fácil para estos establecimientos. Es el caso de las zapaterías Kosakos, de Alcalá de Henares, cuyo futuro ha puesto en duda la crisis del coronavirus.

Nos cuenta su experiencia el encargado de las dos tiendas, Pablo Sánchez: «Hemos sobrevivido a más de una crisis; por ejemplo, la de Felipe González en el 92, cuando había un número muy grande parados y la gente no tenía dinero para comprar. O la de Zapatero, que afectó directamente al consumo». Sin embargo, según su padre, Pablo Sánchez Blázquez, propietario de las zapaterías, una crisis como esta no la habían vivido nunca.

«La reapertura será cuando dejen a los clientes venir a comprar»

El gran problema que atraviesan las zapaterías es la incertidumbre. Algo que Pablo, igual que cualquier otra tienda de su sector, no se puede permitir ya que para abrir tendrá que «hacer una inversión de 40.000 o 50.000 euros en género de temporada». Y si la amenaza del rebrote se materializa, el nuevo cese de actividad le dejaría con una inversión sin beneficio.

Además, pese a la desescalada, sus clientes no tienen todavía la movilidad suficiente para pasearse y entrar en las tiendas. «La reapertura no es cuando nos dejen abrir, sino cuando dejen a nuestros clientes venir a comprar», afirma resignado.

El caos del coronavirus se opone a la previsión en las zapaterías. Los pedidos de la mercancía para la temporada se hacen con seis meses de antelación. «En marzo y abril teníamos que haber comprado para recibir en septiembre, y los comerciales no han podido visitarnos».

En las zapaterías, han tenido que cubrir los escaparates durante estos meses para que no se estropee el género.

Aunque mucha gente no lo sabe, el calzado es un «artículo perecedero», detalla el zapatero. «Es algo que se tiene claro con la comida, pero aunque se cree que el producto manufacturado no puede caducar, no es así: está sujeto a la moda y los pegamentos y materiales se estropean de una temporada a otra». Añade que «solo los zapatos clásicos serían una excepción y aún así es mejor venderlo en temporada porque se deteriora de un año para el otro».

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Los mejores meses para las zapaterías: abril, mayo y junio

Cuando el estado de alarma obligó a Pablo a cerrar las puertas de Kosakos, estaba a punto de entrar en los meses de mayor rentabilidad del negocio. «Abril, mayo y junio son los que sostienen todo el año; sobre todo a agosto, septiembre y febrero, que son de pérdidas».

Ese cierre ha supuesto el inicio de su crisis, que no se ha visto aliviada por las ayudas. El dueño y padre de Pablo, por ejemplo, no recibe ningún tipo de prestación ni por parte de la Comunidad de Madrid ni del Gobierno central: «Está jubilado desde hace 15 años, después de haber cotizado como autónomo durante más de 40. Pese a ello, le quedó una pensión muy escasa, y por eso le permitieron seguir con las empresas», pero no como trabajador ni como autónomo.

Desde que se jubiló, Sánchez Blázquez siguió ejerciendo como propietario de Kosakos, a la vez que nombraba encargado a su hijo Pablo. Indignado, este considera el caso de su padre como «parte de la letra pequeña, en la que si percibe algún ingreso de la Seguridad Social, como en este caso la pensión, no puede acogerse a ninguna ayuda. ¡No van a dejar a nadie atrás salvo que sea jubilado, se muera por Covid o siga con su empresa!, nos prometen…».

Lo único que han podido solicitar son los ERTES para los cinco empleados de las dos zapaterías, incluido él mismo, como encargado con contrato.

Poca solidaridad del Gobierno por las pequeñas empresas

Por eso, el responsable de Kosakos está muy disgustado con la gestión del gobierno y las administraciones, quienes, según dice, no han mostrado ningún tipo de solidaridad por las pequeñas empresas.

«No solo no ha habido ayudas, sino que tampoco se han eliminado pagos. Si yo no tengo ingresos, entonces tú como político tampoco tendrías que tener ingresos, ni tú como diputado ni los delegados sindicales… y también lo pasáis mal, como nosotros. Quita cargos, reduce costes de administración, reduce ayudas a sindicatos y asociaciones», protesta.

Continúa argumentando que él se ve «obligado a seguir pagando tasas de basuras y otros impuestos pese a no ingresar nada» y se pregunta: «¿Qué nos encontramos el año que viene en la renta, con los ERTES y el hecho de tener dos pagadores?».

«Cuando suspendieron el fútbol, me di cuenta de que era grave»

Al principio de la pandemia, Pablo creyó, al igual que otros muchos -incluidas algunas de las autoridades sanitarias-, que el coronavirus no sería para tanto. «Antes del 8-M esto era una gripe sin importancia. Iba a haber solamente uno o dos casos. Se podían hacer manifestaciones, se podía ir a partidos de fútbol…».

Pero lo que ocurría en Italia le sirvió como advertencia. Y cuando suspendieron el fútbol, se dio cuenta de que el tema era grave: «En el momento en que eso pasó, antes que se decretara el estado de alarma, tomé la decisión de suspender compras, proveedores y pedidos pendientes». Esta medida para las zapaterías le sirvió para disminuir al menos algunos gastos.

Cartel para dirigir a los peatones frente a la zapatería.

En cuanto a sus empleados, ahora que se plantea la vuelta, algunos no lo tienen nada fácil. «Dos de ellas son madres y en caso de abrir las tiendas, no tendrían dónde ni con quién dejar a sus hijos en estos momentos», lamenta, «de hecho me han pedido seguir en el ERTE» hasta que puedan encontrar una solución.

Y «sin los empleados necesarios», obviamente, «el negocio no puede funcionar». Alcanzar un acuerdo y despedirlas tampoco lo ve Pablo como una opción viable. «En este sector, no vale cualquier persona. Necesita un periodo de aprendizaje de mínimo seis meses y no todo el mundo aprende», justifica.

60 años en el mundo de las zapaterías

En su caso, Pablo aprendió el negocio de la zapatería gracias a su padre, que tiene más de 60 años de experiencia en el sector. Desde joven, el ahora jubilado encontró su vocación en la zapatería y, poco a poco, fue escalando posiciones hasta lograr ser dueño de su propio establecimiento.

La implicación de su entonces joven hijo en el negocio fue mayor a partir de un trágico accidente que se llevó por delante la vida de su otro hijo, dejándolo también a él postrado en el hospital durante más de 6 meses. «Al fallecer mi hermano y estar mi padre ingresado, tuve que hacerme cargo del negocio a la vez que terminaba los estudios», explica el ahora encargado, a sus 53 años.

Durante los últimos tres lustros, Pablo Sánchez ha sido el encargado de las dos tiendas ubicadas en Alcalá de Henares. Por eso, es muy consciente de la responsabilidad que recae sobre sus hombros, quizás ahora más que nunca. «Hay cinco familias que dependen de mí, de que yo sepa llevar el negocio adelante y de que tome las decisiones adecuadas para que no nos fundamos».

Entre otros planteamientos de cara al futuro más inmediato, Pablo tiene claro que habrá que adoptar medidas en las zapaterías para proteger a clientes y empleados del coronavirus. «Se pondrán geles desinfectantes para que todo el que entre se limpie las manos, y las mascarillas y las bolsas para los pies serán obligatorias. No podremos permitir cambios de mercancía ni devoluciones», asegura.

Pablo y su familia sufrieron el coronavirus

Este madrileño es más consciente aún de la importancia de la protección desde que él mismo y su familia sufrieron el contagio, sumándose a la lista de los más de 60.000 afectados por coronavirus en la Comunidad de Madrid. Por suerte, sus síntomas fueron leves –«dolor de garganta, tos y pérdida del olfato»-, le hicieron seguimiento médico desde casa y en la actualidad ya no presenta síntomas.

No le sucedió lo mismo a su padre. Sánchez Blázquez tuvo que ser hospitalizado. «Cuando ingresó no sabíamos si lo íbamos a volver a ver», confiesa su hijo emocionado. Pero a pesar de sus 80 años, el hombre logró superar la enfermedad. Pablo recuerda esos momentos y sabe que «la mayor preocupación» de sus padres «era la salud de su hijo. Ya han perdido a uno, su miedo era que yo cayese enfermo y que pudiera pasarme algo».

Como en ningún momento le hicieron un test, Pablo no sabe si sigue siendo portador del coronavirus y si podría contagiar a sus empleados. «Si se lo pego a mi trabajador de 60 años, ¿qué baja va a coger? ¿28 días, 30 días? No puedes andar formando sustitutos pensando que van a caer enfermos», reflexiona sobre este otro hándicap en su negocio.

La tragedia del coronavirus también ha alcanzado a otros locales de la zona: «Sabemos que ha habido un par de fallecimientos de dueños de negocios». Lamentando la pérdida de esos compañeros de sector, Pablo se plantea otra preocupación ante esa tesitura: «Lo más previsible es que tengan que cerrar y, por tanto, vender su mercancía a precios de liquidación. Será una gran competencia de precios para los demás». 

«Nos queda esperar, esperar y esperar»

La solución de venta online que ha ayudado a otros sectores en estos momentos tampoco es factible en este caso: el calzado hay que verlo y tocarlo. «Las devoluciones por mal tallaje o por no quedar bien son numerosas», explica Pablo. «Si devuelven la mercancía en los 14 días desde su recepción», continúa, «tienes un activo circulante durante un mínimo de 25 días sin saber si la venta está hecha. Además te toca asumir los gastos de gestión y portes del producto en caso de devolución. No es rentable, mucho riesgo para tan poco beneficio».

Así las cosas, pese a poder abrir ya, Pablo no tiene claro si hacerlo. Los gastos de mercancía, los sueldos de sus empleados y los pedidos aplazados con sus proveedores, no compensan frente a unas ventas inciertas teniendo en cuenta que la gente aún no puede salir libremente a comprar.

Ante todas estas dificultades y la peor de todas, la falta de previsión, «es imposible hacer un plan de negocio, dudo que haya negocio siquiera», afirma con resignación. «Nos estamos planteando cerrar hasta septiembre», concluye.

Por el momento, solo le queda «esperar, esperar y esperar, y si hay que cerrar se cerrará. Y si hay que abrir en otro sitio con otro nombre, ya se verá», dice augurando el difícil futuro. No hay duda de que este sería el peor escenario para unas zapaterías que llevan abiertas desde hace más de 30 años. Pero es la consecuencia que el coronavirus está dejando en la economía.

Humor ante el futuro incierto

Pese a todo y evitando caer en el catastrofismo, Pablo aún se da cierto espacio para tomarse las cosas con humor. «Cada vez que me dicen: ¿qué pasa? ¿es que con los de la izquierda siempre viene la crisis?, yo digo: hombre, no lo buscarán pero la experiencia me dice que los chicos tiene una mala suerte…, porque siempre que gobiernan cae una. Yo ya veo un gobierno de izquierdas y me hecho a temblar», bromea.

También se permite el mismo tono y alguna risa cuando busca la parte positiva de toda esta situación: «Me ha servido para sentirme querido, porque normalmente mis empleados solo se alegraban de verme el día de ‘santa nómina’, y ahora están preguntándome todos los días qué tal estoy y me piden que no me contagie». Qué mejor forma que mirar al futuro incierto con una sonrisa.

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