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Una nueva visión del clásico del ballet, con vestuario de la transgresora diseñadora, en el Teatro Nuevo Apolo.
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En lugar de tutús y medias blancas, trajes anchos de formas imposibles y colores llamativos.
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Los coreógrafos, Iker Gómez y Manuel Garzón, mezclan baile clásico con moderno y la música de Tchaikovsky con otra popular.
Sin tutús ni medias blancas, sin maillots ni zapatillas de ballet, la nueva versión de ‘El Cascanueces’, de Tchaikovsky, irrumpe en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid con llamativos colores, lazos, corazones en las cabezas, vestidos anchos, trajes dorados…, de la mano de la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada. El ballet y la música, transgresores también, se mezclan con pasos de baile moderno y con canciones ajenas a lo clásico.
Los coreógrafos Iker Gómez y Manuel Garzón han ideado esta nueva versión moderna y lejos de la clásica, que se estrenó el pasado día 15 de enero y se podrá ver, de jueves a domingo, hasta el 31. Su dirección unida al toque Ágatha da como resultado más de dos horas de luz y color sobre el escenario, momentos que desatan la risa y sorprendentes mezclas, que deleitarán al espectador general, aunque es poco recomendable para los muy amantes del ballet clásico.
El hilo conductor viene siendo similar a la historia clásica de ‘El cascanueces’: la niña que despierta de su infancia y entra en el mundo adulto al enamorarse por primera vez. En esta ocasión, se sustituye la idea costumbrista de la boda por el concepto del primer beso, inocente, de amor. A lo largo de esta historia, los dramaturgos se permiten la libertad artística de introducir algunas situaciones algo disonantes con lo conocido.
Lo más llamativo y sorprendente de este nuevo ‘Cascanueces’
Uno de esos momentos: cuando la música de Tchaikovsky se detiene para dar voz a uno de los bailarines, encarnando a un ratón, rodeado de otros tantos que le acompañan en el baile, que entona la canción infantil ‘Susanita tiene un ratón’ y que acaban cantando todos ellos al unísono, animando incluso al público a cantar con ellos.
Otro, del estilo: los acordes del más popular pasodoble español suenan acompañando una actuación donde varios de los bailarines visten de flamencos, lucen cuernos y emulan toros. Coincide con el momento en que la pareja protagonista recorre el mundo visitando conocidos países y ciudades.
Ballet de Cámara de Madrid
Los bailarines y bailarinas del Ballet de Cámara de Madrid, que se creó en 1997 bajo la dirección de Alicia Alonso y constituye la Unidad de prácticas escénicas de los profesionales que estudian en el Instituto Universitario de la Danza que lleva el nombre de la popular bailarina, muestran lo mejor de su aprendizaje en el espectáculo e intentan dejar aflorar los pasos de baile bajo unos atuendos que no acompañan mucho a esa esbeltez y finura que se asocia con el ballet clásico.
Los pasos de ballet se entremezclan, además, con algunos otros de baile más moderno. Los movimientos corporales lucen poco por lo voluminoso y engalanado de algunos trajes, que además en alguna ocasión juegan una mala pasada a los bailarines, al engancharse por ejemplo el cabello de la protagonista en los adornos del brillante y dorado traje de su amado.
Tampoco ayuda mucho al lucimiento la escasa coordinación entre todos los bailarines, algo visualmente más perceptible en las actuaciones donde participa el mayor número de ellos. Lo menos comprensible de toda la representación: la aparición de uno de los bailarines vestido de bailarina en una actuación de bailarinas y bailando como ellas…
Un entretenido espectáculo, en cualquier caso, y una buena oportunidad para introducir a los más pequeños en algo parecido a un ballet clásico. Y en definitiva, una ocasión más para ver de cerca la excentricidad que rodea a la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada.
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