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La piscina Club Stella: historia de los veranos en Madrid

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Club Stella Madrid

Las instalaciones de la calle Arturo Soria aportaron modernidad a las estrictas normas morales

Imaginad: Madrid, año 1947. El resto del mundo está a punto de plantearse reanudar relaciones con España y, mientras, unas instalaciones en la calle Arturo Soria de Madrid adelantan unos años la modernidad. Entre la beautiful people patria y foránea, relajan las estrictas normas morales imperantes, introduciendo aire fresco y trajes de baño escasos. Hablamos de la Piscina Club Stella, que aunque lleva cerrada ya unos años, sigue ofreciendo una imagen de modernidad de otros tiempos desde su trampolín.

Su construcción tuvo mucho que ver con el florecimiento de la construcción de piscinas en Madrid, iniciado en los años treinta. La necesidad de generar instalaciones suficientes para el verano de los madrileños (en una época en que el Manzanares y las pozas en la Sierra eran, para muchos, el único alivio) propició una ‘cultura de piscina’. Además de intentar fomentar los deportes acuáticos (y acabar así con el liderazgo de ciudades costeras), se intentó así cubrir las necesidades de alivio en verano con unas condiciones mínimas de higiene.

Piscina StellaLa asistencia a las primeras piscinas madrileñas era masiva. Se pueden encontrar cifras que, en el fin de semana, superaban el millar de bañistas en las instalaciones del Club Canoe o el Atlético.

Nace el Club Stella

Con este panorama y una ubicación estratégica, muy cercana a la base militar de Torrejón de Ardoz (para cuyos miembros podía servir de válvula de escape en día de permiso), el Club Stella tuvo, hace más de seis décadas, una visión de negocio pionera que la llevó al éxito social. No solo construyó un valioso conjunto arquitectónico (obra de Fermín Moscoso del Prado, protegida en la actualidad por su valor), sino que incluyó un club social, pistas de frontón, boleras y un restaurante o salón de baile.

El servicio ofrecido a los asistentes era exquisito y dispensado por un batallón de los mejores profesionales que se pudo encontrar (se dice que muchos de ellos eran bilingües, todo un lujo para la época). De modo que la alta sociedad, famosos y artistas de la época habían encontrado el lugar perfecto para reunirse.

Se cuenta que en sus instalaciones (con vestidores separados por clases y un día dedicado a la clientela más popular), las costumbres propias de la época se relajaban gracias a la audacia de asistentes mucho más modernos que los tiempos que les tocó vivir.

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Bikinis y otras modernidades

De esta piscina se ha dicho que fue pionera en bikinis, en tiempos en que el traje de baño femenino en mojado debía de pesar unos cuantos kilos. así como otras prácticas impensables entonces como el topless. Todo ello en una atmósfera de lujo y dolce vita, más propia de Hollywood que del Madrid de la época de Franco.

Y es que Hollywood vino a bañarse al Stella: se cuenta que en la época en la que Ava Gardner vivió su romance con España, el club y su piscina fueron para ella visita obligada. Su sola presencia garantizaba un número interesante de seguidores pertenecientes a clases pudientes en busca de aventuras. Los playboys patrios eran fauna habitual.

Pero no solo el animal más bello del mundo vino a lucir palmito a la calle Arturo Soria: el mítico Xavier Cugat, músico, hombre de mundo y un habitual de Hollywood, también disfrutaba de las instalaciones del club. Por lo demás, atletas y forzudos de la época lucían palmito escasos de ropa, haciendo las delicias de ojos poco acostumbrados a tales licencias. Stella llegó a ser incluso plató de rodaje cinematográfico en diversas ocasiones.

Un bingo con poco recorrido

Los años de esplendor, que fueron muchos, poco a poco fueron apagándose, y las instalaciones (magníficamente ampliadas por Luis Gutiérrez Soto) empezaron a competir con piscinas privadas y las cada vez más completas instalaciones municipales.

Se intentó salvar el negocio con la idea de albergar un bingo, lucrativo y floreciente donde los hubiera en los ochenta. Solo en Madrid llegó a alcanzar cifras de locales en activo, empleo generado e ingresos que marcaron la época dorada de este popular juego.

Quizá por mantener la idea de negocio vinculada al ocio y al entretenimiento, quisieron sumarse a la fiebre binguera. Tras ser regulado administrativamente a finales de los setenta, se extendió a los ochenta la moda de visitar estos locales. En ellos, además del juego, se ofrecía servicio de restaurante y, en cierto modo; de club social. De hecho fueron muchos otros los locales que vieron en el bingo una salida a negocios desplazados por las tecnologías o superados por las modas: antiguos teatros, salas de fiestas, cines de sala única…

Incluso hoy, con el tradicional juego compitiendo con modernos locales de apuestas, encontramos más de setenta salas de bingo activas en la Comunidad de Madrid. Por tanto la idea fue buena, el local singular y muchas las ganas de mantener el Stella vivo. Pero el bingo también tiene sus ciclos vitales y no fue suficiente para mantener abierto el hermoso edificio blanco de Ciudad Lineal.

Hoy en día continúa cerrado, varado como un barco que envejece con mucha dignidad (el edificio no ha dejado de ser cuidado y mantenido por la familia propietaria, la misma que fue pionera al abrir tan singular club y piscina). Está a la espera de albergar un proyecto a su medida que devuelva la vida a sus pérgolas y columnatas. ¿Cuál será el próximo destino del barco de la calle Arturo Soria?

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